LA MISIÓN ES LA BOMBA DE OXÍGENO PARA LA VIDA CRISTIANA

La misión no es simplemente un proyecto o una tarea más; es el corazón palpitante de la vida cristiana. Es la invitación a gastarnos con empeño, creatividad, y generosidad, a dar lo mejor de nosotros mismos sin reservas. El Papa Francisco nos recuerda que la misión es como una bombona de oxígeno para la fe, sin la cual esta se marchita, pierde su vitalidad, y se vuelve “fea, fea, fea”. La misión es lo que da vida y sentido a nuestra existencia como cristianos.

En el Concilio Vaticano II, se afirmó que «Toda la Iglesia es misionera, y la obra de evangelización es un deber fundamental del Pueblo de Dios». Esto no es opcional ni marginal; es una dimensión vital que configura a la Iglesia como una comunidad en salida, moldeada por el Espíritu Santo. Ser misionero significa estar en con stante movimiento, llevado por el deseo de sembrar la Palabra y compartir la alegría del Señor resucitado.

La misión no se trata de hacer proselitismo; más bien, es un estilo de vida que se basa en el testimonio auténtico y en la caridad. El Papa nos exhorta a vivir la misión con un espíritu de inclusión y servicio, acogiendo con amor a los pobres y pequeños, tanto dentro de nuestras comunidades como en las personas a quienes servimos. Cada carisma, cada don, debe estar al servicio de todos, en una armonía que refleje la comunión verdadera.

Es fundamental recordar que la misión no es obra nuestra, sino de Dios. No la llevamos a cabo solos, sino movidos por el Espíritu Santo y dóciles a su acción. La misión nace de la oración, se forja en la escucha de la Palabra de Dios, y tiene como fin último la salvación de los hermanos que el Señor nos confía. Sin esta base, la misión se vacía de su esencia, reduciéndose a una mera dimensión sociológica o asistencial.

El llamado a entregarnos con empeño, creatividad, y generosidad en la misión es claro. No debemos desanimarnos si los resultados no son los esperados, pues es Dios quien hace fructificar nuestros esfuerzos como Él quiera. La misión es, en última instancia, un acto de confianza en el Padre, a quien entregamos todos nuestros esfuerzos, seguros de que en sus manos se multiplicarán.

En este camino de misión, recordemos siempre que, como dice el Papa Francisco, «la misión es oxígeno para la vida cristiana». Es lo que nos mantiene vivos, vibrantes y conectados con la esencia misma de nuestra fe.

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